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Los cruces feministas de Diamela Eltit

Reconocida por su trayectoria en narrativa, la escritora chilena ha vivido una vida feminista, tanto desde el trabajo institucional como desde el pensamiento y la acción. En esta conversación, reflexiona sobre los distintos momentos del feminismo en Chile y los vínculos que, según ella, teoría y literatura deben y no deben tener.


Por Catáloga Colectiva


El feminismo en Chile no nació ayer. A comienzos del siglo XX estuvieron las mujeres trabajadoras, muchas de ellas anarquistas y sindicalistas. Más documentada está la lucha encabezada unas décadas después por el Movimiento por la Emancipación de la Mujer (MEMCH), consagrada en la conquista del voto femenino en 1949. En los años 80, las feministas se plegaron a las calles para exigir libertad en el país y en la casa. Luego de años de resistencia contra la dictadura, muchas de esas mujeres ingresaron a ocupar puestos en el Gobierno.



Diamela Eltit (72) conoce esta historia. En septiembre de 1990 se crea el Sernam y ella, tras décadas de dedicarse a la docencia en Literatura, entra al servicio público; lugar donde una de sus tareas es investigar y escribir Crónica del sufragio femenino en Chile. Con ese libro, Diamela logra visualizar parte de una larga historia de inequidad para las mujeres, recorriendo el trabajo de feministas como Elena Caffarena y el MEMCH no solo por el voto, sino también por denunciar la precariedad que vivían las mujeres de los años 30 en temas domésticos, laborales y de salud, incluído el aborto.


Actualmente, Diamela reparte su tiempo entre la docencia y la escritura. En esta conversación, reflexiona sobre el presente feminista del país. “A mí me interesa el feminismo relacional, interseccional, y las zonas más problemáticas están no tanto en el sitio de la mujer burguesa más acomodada, sino en aquel espacio más carente. Allí es donde se producen las mayores irregularidades contra las mujeres”, afirma.



¿Cuál es tu apreciación sobre el movimiento feminista chileno actual?


Me interesa mucho saber por qué se detuvo el ímpetu feminista del 2018, que fue precedido por décadas de mujeres organizadas. Efectivamente, el sistema es inteligente y masculino y por supuesto va a tratar de manejar y controlar estos ímpetus. Pero estamos, tal vez, en el momento más abierto que hemos experimentado, más aún con un gobierno que se declara feminista. La literatura también es parte de ese proceso, no podemos pensar en una literatura fuera de sus circunstancias, de su tiempo y de todo lo que ocurre. También en lo literario se ha masificado la cuestión de la mujer y el feminismo, se leen más mujeres e incluso hay algunas personas que hablan de un boom de la “literatura de mujeres”.



Justamente acá es donde Diamela plantea sus reparos. En más de una ocasión, y como muchas de sus pares, la escritora se ha posicionado en contra de la “literatura de mujeres”. “Se plantea la literatura por un lado y la literatura de mujeres por otro. Por ende, la literatura sin apellido, la verdadera, la grande, les pertenece a los hombres y como una cosa más pequeña estaría la “literatura de mujeres”, explica Diamela, quien es enfática en aclarar que “El ser escritora no garantiza que un libro cumpla con las estéticas necesarias, como el ser hombre tampoco. Es la letra la que tendría que ser la más observada”.



¿Cómo llegamos entonces a “desbiologizar” la letra, sin dejar de evidenciar las diferencias estructurales e históricas entre la publicación de mujeres y hombres?


Las mujeres podemos escribir sobre lo que queramos. Cuestiones relativas al género ya han surgido, pero tampoco se trata de hacer una “literatura feminista”.

La literatura no existe para ilustrar la teoría feminista, sino para producir feminismo que le sirva a la teoría para operar. Pienso que no se trata de ilustrar teoría feminista sino más bien producirla desde la letra y desde los enclaves literarios, es decir, que las teóricas vean en estos textos armazones que les permitan pensar y llegar a nuevas conclusiones.

Hay que buscar en esos libros, pero no desde un lugar tan lineal, porque volver a las mujeres escritoras es como darles la tarea de escribir sobre feminismo, lo cual tampoco me parece. La escritura debe abrir zonas, no ilustrarlas.


¿Cómo podemos unir literatura y teoría feminista?


Teresa de Rosario Orrego, editada en 1874, cuenta la historia de un amor correspondido. Es una pareja que funciona y cuenta con auspicios familiares, solo hay una diferencia entre ellos: ella es independentista y por lo tanto, rechaza el amor por la epopeya liberadora. Creo que ahí hay un matiz muy poco explorado, porque rompe los paradigmas de su tiempo: ella elige la política por sobre el amor. Esa novela no ha sido lo suficientemente pensada y es muy interesante.


Tal como este ejemplo, hay mucha literatura que podríamos leer en cualquier tiempo como feminista, sin que exista la palabra y sin que ilustre nada, porque el feminismo se produce dentro del texto. Creo necesario mirar esos libros para dar un orden y para volver a pensar, porque si nos detenemos solamente en el presente es peligroso: primero, porque cancelamos al pasado, y segundo porque no vemos la continuidad. En la literatura no se descubre la América, está descubierta hace muchos años.


¿Puede este tipo de literatura tener efectos emancipatorios?


He estado mirando distintos textos muy valiosos que trabajan políticas sociales junto con la identidad de la mujer. Me parecen muy interesantes, pero a la letra tenemos que dejarle el espacio para la locura. No podemos transformarla en un bloque teórico, dejemos que se curse con toda su amplitud, que genere teoría y escritura sobre esas literaturas menos presagiables. Si lees Montaña adentro, la primera novela de Marta Brunet, por ejemplo, ves con claridad cómo se derrumban los modelos del amor romántico y se cuestionan los paradigmas que regían a la mujer. Es ahí donde hay que apuntar, sino va a ser siempre algo superficial. Puedo definirme a partir de una lectura teórica o crítica, el punto es cómo remecer las estructuras de la subjetividad. Mientras las subjetividades no se vean alteradas no es posible que surjan cambios.


Fotografía: Marcela Briones. Movimiento Feminista, agrupación de mujeres por la vida 1987.

¿Cómo ves las nuevas perspectivas que han surgido de la teoría feminista y que también se reflejan en la literatura de hoy en día?


Hay autoras como Rita Segato que han trabajado hasta el cansancio la colonización y descolonización y eso está muy bien. Pero Marta Brunet lo escribió en los años cincuenta del siglo pasado en María Nadie, donde cuenta cómo las mujeres eran las mayores enemigas de esta protagonista, una empleada de correos que finalmente se tiene que ir del pueblo. En la literatura hay ejes que la teoría más adelante va a elaborar, que está elaborando y ha elaborado con mucha fuerza.


A tu juicio, ¿existe aún una disputa entre el feminismo institucional y autónomo, tal como hubo en los años 80 y 90?


Las mujeres que operan desde el feminismo institucional tienen que superar su comodidad para viajar a los lugares más incómodos y para eso hay saberes que no se tienen y que hay que adquirirlos, lo que llaman “tener calle”. Quien tiene calle ahí seguro es Camila Vallejo, hay que ver que las otras nuevas representantes jóvenes sepan dónde están paradas. Este es un país con fallas muy notorias para las mujeres. Podría haber un mejor posicionamiento para la mujer siempre y cuando ellas sepan bien dónde están paradas.


¿Quién es la feminista chilena que te merece mayor admiración?


Tengo una gran admiración por Elena Caffarena. La conocí, hablé con ella en varias oportunidades y era una mujer muy brillante. Hizo lo que hizo desde la increíble perspectiva intelectual que tenía.


¿Qué autoras chilenas actuales destacarías?


(Ríe) Hay muchas escritoras y cuando nombras alguna, des-nombras a las demás. Pienso que Nona Fernández está haciendo un trabajo muy interesante y ya muy instalado. También Eugenia Prado, que trabaja de una manera menos centrista, o Beatriz García Huidobro.


¿Qué libros recomiendas para reflexionar sobre feminismo en Chile?


Julieta Kirkwood es quien abrió una puerta muy interesante a la teoría y también pienso en Alejandra Castillo, que se ha dedicado a la teoría feminista, ella es muy valiosa porque es una de las autoras más persistentes en el área. Nelly Richard también ha trabajado también cuestiones relacionadas mucho con género. Habrá otras también que no he leído, pero yo creo que hay que leerlas a todas.




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