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Elvira Hernández: "Si la poesía tiene algún grado de compromiso es con la palabra"

Consolidada como una de las voces protagonistas de la escritura de la década de los 80, Elvira Hernández reflexiona en esta conversación sobre el rol de la poesía en la construcción de la memoria, a 50 años del golpe cívico militar en Chile.




Por Catáloga Colectiva


Oriunda de Lebu, una pequeña localidad minera ubicada en la Región del Biobío, Elvira Hernández (73) llegó a Santiago en 1969 para ingresar a la carrera de Filosofía en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, del cual egresó en 1973.


Los inicios de su práctica poética en los años ochenta coinciden con los de toda una generación de escritoras marcadas por la clandestinidad, los silencios impuestos y la violencia que trajo consigo la dictadura. Luego de ser detenida en 1979 por agentes de la CNI, Elvira escribió La bandera de Chile (1981), una de sus obras más reconocidas y recordadas, la que circuló restringidamente en formato mimeográfico por casi diez años hasta que su primera edición vio la luz en Argentina.



| En La bandera de Chile reflejas el carácter múltiple y ambivalente que puede tener este emblema patrio en distintos momentos. ¿Qué reflexión tienes en torno a cómo funcionan los símbolos para la memoria y el rol que han jugado las mujeres en su construcción?


Los símbolos, desde el punto de vista de la historia, son mayoritariamente masculinos. Las mujeres han podido entrar a tallarlos, no para destruirlos sino para deconstruirlos, que es una palabra bien manoseada actualmente pero que va justamente a ese punto: no a la destrucción sino que a develar qué es lo que tienen de verdad. Pensemos que los símbolos se construyen afectivamente y se les instala un discurso. Ese es el lugar hacia dónde van las mujeres, poder sacar los discursos instalados por los hombres, algo que, si lo pensamos, se ha ido haciendo a través de los siglos.



| ¿Cómo fue para las mujeres de tu generación escribir, hacer arte, durante la dictadura?


La dictadura, esa instancia de tiempo tan largo y represivo, sacó de nosotras todo lo que pensábamos que teníamos que decir antes que nos callaran definitivamente. Porque vivíamos en un estado de tensión donde no sabíamos dónde íbamos a terminar, entonces, cuando sabes que tu fin puede ser en cualquier momento, tienes que dejar algo. Pero a la dictadura no le interesaba el arte, desde su punto de vista el arte no tenía ninguna incidencia. Persiguió a los políticos, no persiguió a los artistas ni a las personas de la literatura en términos feroces, como sí ocurrió con dirigentes estudiantiles, sindicales, poblacionales. El mundo del arte claro que estaba ahogado, pero no podemos comparar el grado de represión.


En el tiempo de dictadura, las manifestaciones literarias no fueron testimoniales, de eso estuvo cargo el periodismo. En el discurso del arte, que es simbólico, existen ciertos hitos de memoria que necesitan ser desentrañados de una manera particular. La bandera (de Chile), lo que escribió Diamela Eltit, lo que escribió Carmen Berenguer, Soledad Fariña, todo eso está en un alto grado de simbolización y por lo tanto tiene que ser tomado de esa manera.



| ¿Cómo recuerdas el Congreso Internacional de Literatura Femenina Latinoamericana de 1987, del que fuiste organizadora? ¿Cuál fue su relevancia para la articulación de una resistencia a la dictadura desde la literatura de mujeres?


Fue un momento importante, porque una dictadura te aísla de ese círculo comunicativo con otras comunidades de mujeres dispersas en el continente, en Europa y en Estados Unidos. Cuando se logró esa articulación, fue el primer momento en que se podía seguir adelante, porque teníamos un respaldo. Pudimos establecer un movimiento nutritivo de ideas, de decisiones, de planteamientos y de esbozos de proyectos, porque a partir de ese Congreso, por ejemplo, emergió algo tan concreto como Radio Tierra. Fue una activación completa

donde idea y acción fueron aparejadas.


Entrevista a Elvira Hernández: "Si la poesía tiene algún grado de compromiso, es con la palabra"

| Desde tu labor como crítica literaria, ¿cómo ves las nuevas perspectivas que han surgido a la hora de abordar temas de memoria?


A la sociedad actual no le interesa mucho la memoria, porque constantemente nos dicen que tenemos que mirar hacia el futuro. Eso es como mirar el sol de frente, una queda ciega. Uno tiene que mirar hacia atrás y dejar que el sol le de luz de otra manera. Mirar directamente al futuro es una falsedad, es, en el fondo, diluirnos. Necesitamos tener los pies sobre la tierra, si no nos vamos a caer porque vamos a enceguecer. Las proyecciones en el tiempo no se pueden hacer si perdemos de vista lo que está a nuestras espaldas. Sobre todo en estos momentos en que no estamos en un periodo revolucionario sino que en uno de reflujo y estos periodos son muy lentos, desconcertantes y tenemos pocas posibilidades de hacer grandes proyecciones. Cualquiera que sea el lugar en el que miremos, no puede ser muy lejos. Eso es bien importante, ya que tenemos muchas posibilidades de derrumbarnos globalmente.



|¿Y cómo opera la poesía en la construcción de la memoria?


La poesía trabaja a la par con la memoria, pero siempre va en contra del tiempo y sus modas. No se deja llevar por pensamientos hegemónicos mientras que, por otro lado, tiene esa sensibilidad de llegar hasta los últimos rincones de la especie. No me pregunten cómo ocurre eso. Gabriela Mistral diría que es un pensamiento intuitivo y lo comparto.


En el proceso creativo se llega a lugares que uno no se imagina, que son lugares postergados, enterrados clandestinamente. Esa es la labor de la poesía, trabajar con una verdad que no es útil. No es que uno ponga sobre la mesa o sobre el papel una verdad conocida que se refrenda y se demuestra. No, no se trata de eso. Por eso, desde mi punto de vista, la poesía no es militante, no es de ir detrás de avalar ideologías. Si tiene algún grado de compromiso es con la palabra, porque es la palabra la que la va a llevar a encontrar ciertos lugares significativos.



| “Los arrojaron al mar. Y no cayeron al mar. Cayeron sobre nosotros”, es uno de tus versos más recordados, emotivos y descorazonadores con el que hacemos memoria sobre la dictadura. ¿Cuál es tu reflexión en torno a la conmemoración de los 50 años del golpe de Estado?


La transición hacia la democracia, la postdictadura, se ha hecho de manera deficiente, casi sin educación cívica. La alegría que significó desprenderse de la dictadura se prolongó por todos los lugares en el momento en que las fuerzas militares cayeron, había una algarabía de quitarse un peso de encima, no iban a seguir desapareciendo más personas y eso era un alivio. Pero creo que no se podía hacer del momento una cosa emocional. Esa impresión, ese estallido de alegría, no se podía idealizar y tratar de mantener, la transición necesitaba de muchas cosas y lo primero que había que hacer era buscar justicia.


En Chile no nos hicimos cargo de los crímenes cometidos por agentes del Estado, algo que tendría que haber involucrado a toda la sociedad, pero no ocurrió así. Los familiares de detenidos desaparecidos, fusilados, ejecutados, quedaron solos y se transformaron en un grupo molesto para la sociedad. Los 50 años nos encontraron como un país fragmentado, de muchos grupos con sus reivindicaciones, que son absolutas y que se vieron reflejadas en el estallido social. Entonces, ¿podemos hablar de memoria en medio de todo esto?



| Por último, ¿qué estás leyendo ahora?


En este momento estoy leyendo Flores raras que me regaló Silvia Guerra y que es una recopilación de poetas uruguayas desde el siglo XIX hasta este tiempo. Y mira, cuando uno habla de Virginia Woolf siempre se remite a Un cuarto propio, pero yo recomendaría que se le leyera Orlando, que es una novela hermosa. Orlando es un personaje que, siendo hombre, recorre varios siglos para transformarse finalmente en mujer. Es un libro bello ◊

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