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Ana Luz Ormazábal: la directora teatral que intenta ser feminista

A pesar de que su obra ofrece discursos políticos muy potentes, para la directora y dramaturga chilena esta nunca fue una decisión explícita. En esta entrevista conversa sobre su versátil experiencia en las artes escénicas y su camino feminista, que reivindica ante todo el proceso y el intento.


Por Catáloga Colectiva

Ana Luz Ormazábal (1985) estudió teatro en la Universidad Católica y ha dedicado su carrera a investigar sonido, performance y danza. Por lo mismo, se siente más identificada con las artes escénicas que con el teatro en particular. En sus obras, combina estas diversas disciplinas, algo que se ha vuelto un sello en su trabajo y le ha hecho ganarse un espacio importante en la escena local. A Concierto (2012), Ópera (2016) y Este teatro no está vacío (2021) se le sumará una nueva obra que espera estrenar el próximo año. “Como es una tarea grande, creo que hay que tomarse el tiempo y recuperar energías”, explica.


Su más reciente trabajo, María Isabel (2023), narra la historia de María Isabel Matamala, doctora y parte del Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR), quien junto a otras militantes detenidas en dictadura se reunieron para denunciar la violencia machista que vivían de parte de sus compañeros. "Se me acercaron varios hombres del MIR al final de la obra diciendo, qué vergüenza", comenta sobre el impacto que ha generado la obra.


Luego de 12 años dirigiendo, Ana luz sabe que ese en su lugar. “Dirigir fue algo que siempre busqué porque me interesaba la totalidad de la obra, entender todas sus aristas”, explica. Pese a que constantemente se cataloga su trabajo como feminista, para ella esto no comenzó de forma consciente.



¿Te identificas como feminista?

Creo que es súper difícil, es un proceso, no creo que nadie esté deconstruido. Intento ser feminista, no sé si conozco a alguien que haya llegado. Pero el intento me parece lo más importante. Desde que partí dirigiendo me han hablado de feminismo en torno a lo que hago. Creo que viendo hacia atrás hay preguntas que me he hecho siempre como, ¿por qué hacer teatro? ¿Qué es el teatro? ¿Cómo estudiar los formatos y estructuras sociales? Y creo que eso es una reflexión muy feminista, cuestionarlo todo. No partió siendo una intención que mi trabajo fuera feminista, creo que eso se lleva a cabo en las prácticas.


¿Crees que trabajar en el teatro siendo mujer involucra un pensar y un sentir diferente?

La figura del director históricamente ha sido ocupada por hombres. Cuando era chica no había tantas directoras como ahora. Es un lugar muy difícil, te ponen como una mamá y ahí la exigencia es amor y paciencia infinita, a diferencia de un hombre, que le celebran que ponga límites y sea estricto.

Ha sido duro entrar, sobrevivir y entenderme. Con mis colegas directoras hablamos mucho de esto, porque es una posición compleja y yo la defiendo a muerte, es genial que lo pensemos desde otro lugar.


Para el mayo feminista del 2018, a nivel mundial se llegaron a unas conclusiones increíbles y otras que no, como pensar que lo horizontal es mejor a que hayan roles, entonces la figura de la dirección al tiro es patriarcal y yo creo que no. Es bueno seguir repensando. Las mujeres no somos ni mejores, ni peores, tenemos derecho a poner límites, a la disputa. Siento que se volvió todo muy esencialista y se pedía un teatro que no se equivocara y a mí me interesa la crítica y la reflexión con perspectiva y situada, ahí aparece un feminismo que puede estar en varios autores y autoras.


¿Cómo llegaste a la historia de María Isabel Matamala y por qué quisiste contarla?

Me invitaron a dirigir una obra sobre los 50 años del Golpe de Estado en Chile. La actriz Camila González conocía a María Isabel por su historia familiar y pensamos que sería buena idea hablar con ella porque estaba en el MIR y porque yo tenía la idea de trabajar con mujeres en roles de “hombres”. En la entrevista nos empezó a contar sobre el manifiesto feminista que escribieron con sus compañeras detenidas en dictadura. Fue tan impresionante que dije “hay que hacer una obra sobre su vida y no solo sobre ese momento particular”. Cuando entendí que el formato era el testimonio, supe que tenía que escucharse la voz de María Isabel. Las escenas donde habla son, bajo mi punto de vista, irrepresentables. Tampoco quise hacer escenas de tortura. Hay que dar los datos para que la gente sepa y con eso está bien. El horror no sé si es necesario que sea representado de forma explícita.


¿Cómo ves la escena teatral actual en cuanto a liderazgos y roles de mujeres? ¿A qué directoras y dramaturgas destacarías?

Creo que post pandemia el teatro y artes escénicas, la música, todo lo que sea en vivo, ha estado difícil en términos de financiamiento y me da una pena tremenda porque todavía no están las mismas condiciones materiales que tuve cuando egresé y es muy importante que la gente que está empezando las tenga, para que nos pasemos la posta.


Destaco a mis ex alumnas del colectivo Teatro La Crisis, donde hacen historias y reflexiones sobre lesbo-odio y amor entre mujeres. Josefa Cavada y Rae del Cerro con la Cajeta Producciones, algo se esta cocinando ahí muy genial. También pienso en Carla Zúñiga y Manuela Infante, grandes amigas, colegas y compañeras de oficio donde encuentro un lugar seguro para conversar. Y bueno, la gente con la que trabajo en Antimétodo, Ignacia Agüero, Marcela Salinas, Mariela Mignoto. Sibila Sotomayor de LASTESIS, con ella tenemos un diálogo súper bacán. Catalina Bize también, que trabaja como marionetista y Daniela Orrego que es productora y gestora cultural, ambas unas bombas de oficio y compañerismo.


¿Qué es lo que más destacas de las nuevas generaciones que estudian teatro y artes escénicas?

Me sorprende que en la sala de clases siento mucha calma, cariño y respeto y que entre elles hay un cuidado que no existía en mi época. A veces les digo “oye, sean un poco más competitivos”, porque no tiene nada de malo. Incluso teniendo los mismos sentimientos oscuros que una, como envidia o rabia, lo tienen muy consciente y lo encuentro muy bonito. También siento que les cuesta darse críticas, pero eso habla de cómo tratan de tener cuidado por el otro, que a veces creo que es un poco excesivo, la vida es un conflicto también y hay que atravesarlo. Para mí la escuela era un lugar tenso y yo era parte de eso también, no fui una víctima.


¿Qué te hizo querer estar en el rol de directora?

Más que una decisión fue un lugar donde yo me sentía súper cómoda. Bailaba en unos talleres de Paulina Mellado, tuve un accidente, me salí de la obra y ella me dijo, “quédate acá, sé mi asistente de dirección” y ahí yo dije, “esto es lo máximo”. Aparte que me salía, fluía, la gente creía en mí. Siempre se lo voy a agradecer.


De ahí me puse a dirigir, al año siguiente ya estaba armando Concierto. Hay cosas que le enseño a mis alumnos y alumnas que a mí nadie me dijo, que son importantes, como el trabajo con personas. Es muy delicado y lo fui entendiendo con el tiempo. También preocuparse de generar un espacio de goce, llegar a puerto y si hay problemas poder decir “es mejor que no sigamos trabajando”, que es algo muy difícil.


¿Tienes alguna lectura reciente que quieras recomendar?

El texto Antigonik de Anne Carson hace una revisión feminista de este clásico que es Antígona y es increíble. Habla de Creonte como un lugar contemporáneo, con conciencia económica, habla de capitalismo. Me gusta que sea teatro, a mí me cuesta que me gusten los textos de teatro en general y este cuestiona desde el feminismo sin ser explícito, puesto de una forma poética.


Ella hizo una versión de Las Bacantes llevada a la actualidad también, Bakkhai de Eurípides. Tradujo este texto del griego, porque ella es traductora, y lo llevó al presente. Esa es una labor que ella está pensando, cómo nos pasamos la posta de los conocimientos y eso también, para mí, es muy feminista ◊

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